Una Aventura Entre Amigos y Naturaleza

Cada paso cuenta una historia, cada decisión forja nuestro camino…

Sobre 1

El día había llegado, y lo supe por las palabras de mi madre mientras ajustaba las últimas cosas en mi morral. «¿Ya estás listo?», dijo con una mezcla de orgullo y entusiasmo que me hizo reflexionar.

Salí de casa dispuesto a enfrentar lo que viniera. Encontré a mi amigo Gabriel, quien me esperaba con esa energía tranquila que siempre lo caracteriza. Juntos tomamos una camioneta hacia el punto de encuentro, donde poco a poco se reunió el grupo que formaría parte de esta caminata.

En el trayecto, mi mente no dejaba de divagar. No estaba nervioso, pero sí pensativo. Me hacía las preguntas típicas de alguien que quiere estar preparado: «¿tengo todo lo que necesito?, ¿seré capaz de enfrentar cualquier reto?, ¿a dónde iremos exactamente?». En mi imaginación, el destino era el parque nacional Waraira Repano. De hecho, había empacado un porcentaje considerable de mi mochila pensando en ese tipo de clima, con provisiones y ropa adecuada para un ambiente de montaña.

Pasó una hora antes de que pudiéramos empezar. Cuando llegó el momento, recogimos nuestros morrales y nos entregaron un sobre con instrucciones. Supe de inmediato que esta prueba sería individual.

A las 8:46 am, leímos las indicaciones del sobre número 1: «dirígete al terminal de la Hoyada y busca los transportes que se dirigen a “Caucagua». El misterio estaba servido.

Al llegar al terminal, el ambiente se transformó. Cada persona parecía sumergida en sus propios pensamientos. Algunos tenían rostros serenos, mientras que otros dejaban entrever cierto nerviosismo. Hice lo que debía: preguntar por la fila de los autobuses hacia Caucagua. Fue entonces cuando una pasajera me dirigió la palabra.

«¿A dónde van?», preguntó con curiosidad. Le expliqué que estábamos en una especie de prueba donde el destino era un misterio para nosotros. Lo único que sabía era que habría un río o quizás una playa. Nuestra conversación se alargó por unos minutos; ella compartió historias de sus propios viajes, aunque ninguno encajaba con lo que yo imaginaba para nuestra aventura.

Tras este breve intercambio, llegó el momento de registrarme y subir al autobús. Los asientos se llenaron lentamente, y finalmente, partimos hacia Caucagua. Con cada kilómetro que recorríamos, la expectativa crecía, no sabía qué encontraría al final del trayecto, pero estaba listo para descubrirlo.

Sobre 2

A las 10:46 am finalmente llegamos a Caucagua, tras una larga charla con mi amigo Brainer durante el trayecto. Esa conversación no solo hizo que el tiempo pasara más rápido, sino que también me ayudó a sentirme más tranquilo y confiado para enfrentar lo que venía.

Con esa seguridad recién adquirida, abrí el segundo sobre, que al igual que el primero, contenía las indicaciones para nuestra siguiente etapa. La instrucción era clara: debíamos tomar otro autobús, esta vez con destino al pueblo de Capaya, pero bajaríamos en un punto intermedio, el cruce hacia Yaguapa.

Sin perder tiempo, localizamos los autobuses adecuados y subimos como grupo. Antes de tomar asiento, me acerqué al chofer para recordarle que nos dejara en el cruce indicado. Mientras nos acomodábamos, nuestro dirigente, el último en abordar, reforzó esta información, asegurándose de que no pasáramos de largo.

El trayecto estuvo cargado de expectativa. Mientras el autobús avanzaba, nuestros ojos intentaban captar cada detalle del paisaje desconocido. Todo era nuevo y misterioso, como si cada curva del camino escondiera una pista sobre nuestro destino. En un momento, el chofer nos avisó que habíamos llegado al cruce. Con mochilas al hombro, descendimos y nos dispusimos a averiguar dónde se encontraba nuestra primera meta: Quebrada Fofa.

Nuestra tarea inicial era comenzar la libreta de campo y dirigirnos hacia el río el café. Pero antes, debíamos encontrar el poblado de Quebrada Fofa y realizar una breve investigación. Se nos encomendó descubrir detalles sobre su población, economía e historias locales.

El camino hacia Quebrada Fofa no fue fácil. Caminamos aproximadamente una hora y cuarenta minutos bajo el sol, atravesando terrenos que parecían interminables. Al llegar al poblado, la sensación de logro fue breve, ya que una preocupación comenzó a rondar mi mente: El agua.

Había calculado mal, y ahora me encontraba con una botella casi vacía. No sabía cuánto tiempo o qué distancia quedaba hasta nuestro próximo punto. El cansancio y la sed empezaban a hacerse sentir, pero me esforcé por mantener la calma y enfocar mi mente en las tareas pendientes; antes de comenzar con la investigación, nuestro dirigente encontró una pequeña bodega en el poblado. El lugar, aunque modesto, ofrecía lo necesario para la gente de la comunidad. No tenía la variedad de productos a la que estaba acostumbrado, pero en ese momento era un verdadero oasis. “¡Gracias a dios!», exclamé al ver que vendían refrescos fríos.

El cansancio y la sed se habían acumulado, y un poco de algo fresco era justo lo que necesitábamos. Todo el grupo pareció compartir el mismo alivio y emoción, ya que rápidamente hicimos fila para comprar algo. Gabriel, Brainer y yo decidimos compartir un refresco entre los tres, saboreándolo como si fuera el mejor regalo del día. Ese momento breve de descanso nos devolvió algo de energía y ánimo. Mientras tomábamos el refresco, las risas surgieron espontáneamente. Era un pequeño respiro en medio de la caminata, un instante que reforzó nuestra confianza.

Pero el tiempo seguía avanzando, y no podíamos permitirnos más retrasos. Ya pasaban de las 12 del mediodía y sabíamos que el camino por delante aún era largo. Con renovadas fuerzas, empezamos con la investigación de la zona para terminar nuestras tareas.

POBLADO DE QUEBRADA FOFA:

El poblado de quebrada fofa, aunque pequeño, dejó una impresión significativa en mí, a pesar del poco tiempo que pasé allí. Tuve la oportunidad de hablar con dos o tres locales y mi curiosidad sobre cómo sería la vida diaria de las personas en este lugar me llevó a comprometerme más con las actividades que debíamos realizar.

Al llegar, una de las tareas principales era investigar sobre el lugar. Aunque era parte de nuestras responsabilidades, lo hice con un interés genuino, ya que durante el camino había estado reflexionando sobre cómo sería vivir allí. Entre las conversaciones que sostuve, la más enriquecedora fue con un señor de la pequeña tienda, quien con mucha amabilidad nos compartió detalles sobre la economía, la población y las tradiciones del pueblo.

La primera pregunta que le hice fue sobre la economía del poblado. Encendí mi grabadora mientras él explicaba: “es fuerte, una economía de campo. La mayoría de las personas viven de la siembra, no solo para su propio consumo, sino también para vender en pueblos cercanos. Esto se complica cuando la temporada no es buena, porque depende mucho de lo que cosechan, como el ñame y el ocumo. Pero, gracias a dios, las últimas temporadas han sido favorables».

Además, destacó la importancia del cacao: “aquí, el que siembra cacao tiene una mejoría económica considerable”.

El señor también mencionó que compraba mercancía en Capaya o Guatire para abastecer su tienda, lo cual me dio una idea de las dificultades logísticas que enfrentar.

La siguiente pregunta que le hice fue sobre la población del lugar. Respondió: “yo estimo que la población ronda unas 300 personas, incluyendo todas las edades».

Esto despertó mi interés por saber más sobre los jóvenes, así que pregunté sobre sus actividades diarias. Me comentó que había una escuela a unos 50 metros del lugar, que ofrecía educación desde el nivel inicial hasta quinto año de bachillerato. Ellos llevaban una rutina sencilla: asistían al liceo y luego se ocupaban pescando en el río, ayudando en los cultivos o cuidando las tierras de sus familias. También mencionó que había un dispensario con una doctora y dos enfermeras que, aunque carecía de materiales suficientes para emergencias graves, lograba atender las necesidades básicas de la comunidad. Donde más nos extendimos en la conversación fue al hablar sobre la historia y las tradiciones culturales del lugar. Me contó que las fiestas tradicionales eran muy celebradas, destacando:

La cruz de mayo, una de las festividades más importantes.

San Juan, aunque ya no tan practicada como antes.

Bolas criollas, los fines de semana, donde jóvenes y adultos se reunían para jugar.

Semana santa, con la emblemática quema de Judas.

Carnavales, donde elegían a una reina y la colocaban en una figura central que representaba la festividad.

Note que sus descripciones reflejaban un pueblo profundamente arraigado en sus tradiciones, con una fuerte creencia en lo comunitario y lo espiritual. Aunque no entendí completamente qué significaba aquella figura central en los carnavales, sí percibí que estas celebraciones unían a la comunidad, destacando su esencia de fe y pertenencia.

Otra de las cosas que nos comentó el señor de la tienda fue sobre las historias del lugar, que resultaron fascinantes. Nos explicó que se decía que Simón Bolívar había pasado por ahí, y aunque era difícil confirmarlo, los relatos populares mantenían viva esta creencia. una de las historias más curiosas que mencionó fue sobre el nombre del pueblo. Aseguró, con convicción, que no debería llamarse “Quebrada Fofa”, ya que la quebrada cercana no tiene las características de ser “fofa” en lo absoluto.

Pasando de las tradiciones a un tono más nostálgico, nos contó cómo en el pasado, el pueblo era mucho más próspero y estaba lleno de vida. En esos días, personas de comunidades cercanas como Acebedo, el Café y o Cayapa solían visitar Quebrada Fofa con frecuencia. Sin embargo, la historia dio un giro trágico: hace varios años (aunque no especificó cuánto tiempo atrás), el río creció de manera descomunal y arrasó con muchas casas. La devastación fue tal que la mayoría de los habitantes decidieron abandonar el lugar y mudarse a pueblos más seguros como el Café, Cayapa o incluso Barlovento. Este evento marcó un antes y un después en la vida del poblado, dejando como testigos de aquella época las pocas viviendas que aún permanecen en pie.

En medio de esta conversación, el señor compartió otra anécdota relacionada con Simón Bolívar que, según él, es una de las más conocidas en la zona. Comentó que durante una de sus travesías por aquellas tierras, Bolívar viajaba con una mula cargada de morocotas (monedas de oro). En un momento del trayecto, la mula tropezó y volcó toda su carga, lo que obligó a Bolívar y su comitiva a quedarse un buen rato en el lugar para recogerlas. Según el relato, cerca de donde hoy se encuentra la escuela del pueblo, había una frondosa mata de mango bajo la cual Bolívar descansó durante un largo rato mientras sus hombres terminaban de recoger las monedas.

Estas historias, aunque quizás mezcladas con algo de leyenda, reflejan la riqueza cultural e histórica que aún persiste en el imaginario de los habitantes. Para ellos, Simón Bolívar no es solo un personaje histórico, sino alguien cuyo paso por estas tierras dejó una huella, aunque sea a través de relatos transmitidos de generación en generación.

MEDIDAS DEL RIO

-MAS ANCHA 7.8 Metros aproximadamente

-MENOS ANCHA 3.3 metros aproximadamente

SOBRE 3

Después de completar las actividades anteriores, llegó el momento de abrir el sobre número 3. Este desafío, en lo personal, se convirtió en uno de mis favoritos. La instrucción era sencilla, pero con un toque especial: «busca un lugar cerca del río para que prepares tu almuerzo». Esa simple tarea nos permitió conectar con la naturaleza y trabajar en equipo una vez más.

Todo el grupo se organizó rápidamente. Alejandra, preparada como siempre, había llevado una hornilla portátil, lo que facilitó mucho las cosas. Por mi parte, me uní a los dos Santiagos para preparar una fogata en forma de pirámide. Mientras ellos recolectaban los materiales, yo me encargué de encender el fuego. Me impresionó lo rápido que prendió, el material estaba completamente seco debido a la ausencia de lluvias en esa zona durante meses; con un fuego firme y bien avivado, colocamos dos piedras grandes para sostener la hornilla.

Después, fue momento de cocinar. Saqué un sartén, añadí un poco de aceite y comencé a freír las milanesas de pollo empanizadas que había traído. Mientras tanto, también calenté el arroz que serviría como acompañante. El aroma de la comida llenó el aire, y ese pequeño rincón junto al río se transformó en un improvisado campamento culinario. Una vez que terminé de cocinar, dejé que los Santiagos tomaran el relevo. Aunque quería ayudarlos, insistieron en que me sentara a comer tranquilo. «Ya hiciste mucho avivando el fuego», dijeron con una sonrisa. Mientras disfrutaba de mi almuerzo, observaba cómo ellos continuaban cocinando con el mismo entusiasmo. Ese momento fue especial, no solo porque la comida sabía deliciosa, sino porque reafirmó la unión del grupo y el espíritu colaborativo que marcó toda la caminata.

«Luego de almorzar, descansa un poco», decía el mensaje, pero parece que no lo tomamos muy en serio. Los que ya habíamos terminado, rápidamente dejamos el descanso de lado. Sin pensarlo mucho, me cambié de ropa y me preparé para bañarme en el río. ¡Era imposible resistirse!

Mientras nos bañábamos en el río, los que aún no habían terminado de comer comenzaron a unirse poco a poco. Nos dejamos llevar por el momento, disfrutando de la frescura del agua, hasta que de repente nos dimos cuenta de que solo quedaba una persona por comer. Se había demorado porque decidió hacer pasta y, por alguna razón, no quería hervir el agua para cocinar, lo que retrasó un poco el proceso. Justo entonces, Rubén, nuestro dirigente, nos habló con tono serio: «Ya son las 4:30 casi 5:00, nos toca atravesar el río. No sabemos si el nivel sube en la tarde, y quedan como 3 horas de camino. Ustedes aún no han limpiado los rastros de la fogata, por motivos de la hora vamos a dejar la libreta de campo hasta el último punto que nos trajo hasta acá”. Sin perder tiempo, comenzamos a recoger y limpiar la zona, entendiendo que la prioridad era seguir adelante. Algo que tal vez no habíamos considerado, o al menos yo no, es que la ruta más cercana y rápida al próximo pueblo pasaba directamente por el río. El sobre contenía todos los detalles necesarios, pero había sido fácil distraerse con la comodidad del baño y la comida.

Después de que recogimos todo, el ambiente se llenó de una ligera preocupación. Las caras de los demás reflejaban una mezcla de ansiedad y concentración. Me tocó guardar nuevamente las hojas de la libreta de campo, que contenían los datos más importantes de nuestra ruta. A medida que metía las hojas en la mochila, mi mente comenzó a hacer preguntas rápidamente. «¿y si se moja el teléfono?», «¿y si se moja la libreta de campo?», «¿y si llegamos tarde y nos cae la noche? ¿Qué vamos a hacer?».

Las dudas rondaban mi cabeza, y un sentimiento de inquietud me invadió. Sin embargo, traté de calmarme, respiré profundo y me repetí a mí mismo que todo iba a salir bien. Todo lo que teníamos que hacer era continuar con cuidado y seguir adelante. Con esa idea en mente, tomé el teléfono y las linternas, las metí en una bolsa más segura, envolviéndola lo mejor posible para proteger todo del agua.

En medio de toda esa tensión, Rubén nos ofreció una pequeña sorpresa. «Prueben lo que preparé para mi almuerzo», dijo mientras sacaba su comida. Alejandra, dijo, «prueben esta carne», comentó mientras nos entregaba las brochetas. Era la primera vez que probaba una brocheta peruana, y debo admitir que estaba deliciosa. El sabor me reconfortó, dándome un poco de tranquilidad en ese momento tan lleno de incertidumbre.

Después, apreté bien mis botas y me aseguré de que todo estaría en su lugar antes de continuar. Me coloqué el morral con determinación, aunque aún sentía la presión del próximo tramo. Antes de adentrarnos en el río y seguir el camino, el grupo se reúne para realizar la oración de tropa, con cada palabra nos llenamos de esperanza y confianza, sabiendo que la fe nos acompañaba y que, a pesar de las adversidades, todo saldría bien.

Para no entrar en demasiados detalles, mientras cruzábamos el río, íbamos platicando en pequeños grupos. Cada quien parecía inmerso en su propia conversación, lo que hacía que el trayecto se sintiera más llevadero. Debo admitir que, a esas alturas, ya venía hablando como un perico; las palabras fluían sin parar mientras intentaba distraerme del esfuerzo físico.

El cruce del río nos tomó aproximadamente una hora y veinte minutos. El tiempo parecía extenderse mientras avanzábamos entre las piedras y el agua que, aunque no era muy profunda, exigía atención constante. En un momento, encontramos a unos locales que se bañaban en el río, y no dudamos en preguntarles cuánto faltaba para llegar al pueblo el Café. Su respuesta fue un poco desalentadora: aún quedaba como una hora más de camino, y eso a un paso rápido.

Fue en ese tramo siguiente donde enfrentamos uno de los aprendizajes más valiosos que desarrollamos en la ruta: la importancia de la toma de decisiones. A lo largo del día, cada pequeño momento nos había puesto frente a elecciones, algunas aparentemente simples, pero que al analizarlas tenían un impacto significativo. Por ejemplo, en la mañana, durante el retraso, tuvimos la oportunidad de salir más temprano. Solo era cuestión de decidir dejar atrás a un compañero que se había quedado rezagado. ¿Era lo correcto? También, la decisión de comprar un refresco en la bodega nos reconfortó, pero nos quitó el tiempo. Lo mismo ocurrió con la elección de darnos ese baño relajante en el río antes de cruzarlo.

En cada paso, las decisiones estuvieron presentes, no solo como grupo, sino también a nivel personal. Estas reflexiones comenzaron a tomar forma en mi mente durante ese tramo, pero fue esa noche y al día siguiente cuando realmente entendí la profundidad de lo que habíamos aprendido. Cada acción, pausa y elección era una decisión, y todas juntas daban forma a nuestra experiencia en la ruta. Ya luego les contaré el porqué de esta reflexión, pero hasta ese momento, la lección estaba clara: la toma de decisiones, aunque parezca algo cotidiano, tiene un poder transformador.

Al escuchar que quedaba casi una hora de camino, tuvimos que enfrentarnos a una decisión importante: seguir avanzando por el río, arriesgándonos a que se hiciera de noche, o salir del agua y buscar un vehículo que nos llevara hasta el pueblo el Café. Finalmente, optamos por lo segundo: salimos del río y decidimos buscar un carro que pudiera llevarnos.

Por suerte, no tuvimos que esperar mucho, pasó un jeep cuyo conductor nos ofreció llevarnos al pueblo por 30 bolívares (bs) cada uno. Rápidamente aceptamos la oferta y nos subimos todos con los zapatos mojados el trayecto fue corto, de unos 10 o 15 minutos, pero el jeep iba a una velocidad considerable, lo que nos ayudó a llegar rápido. Ahora, antes de seguir narrando, me imagino que ustedes pensarán: «no era tan difícil tomar esa decisión». Sin embargo, aquí es donde entra una reflexión que discutimos más adelante en la ruta. Al decidir salir del río y buscar un vehículo, estábamos asumiendo ciertos riesgos que no habíamos calculado en ese.

¿Qué habría pasado si no hubiera pasado el jeep? Nos habría tocado caminar de regreso por la carretera que ya habíamos dejado atrás y rodear todo el río para llegar al pueblo. Peor aún, ¿qué tal si el conductor del jeep nos hubiera cobrado más caro? Podríamos habernos quedado sin dinero suficiente para regresar a Caracas.

En el momento, no pensé en estas posibilidades, pero son ejemplos claros de cómo nuestras decisiones, incluso las más pequeñas o aparentemente simples, siempre conllevan riesgos y consecuencias que debemos enfrentar.

Sobre 4

«¿Ya llegamos al Café?», fue una de las primeras preguntas que escuché apenas nos bajamos del jeep. La incertidumbre se notaba en el aire, pero lo primero que hice fue tomarme un pequeño descanso de unos 5 minutos, mientras el grupo se cambiaba la ropa mojada y trataba de acomodarse tras el largo día. Ya en el pueblo, lo primero que hice fue abrir el siguiente sobre, y como era de esperar, nos esperaba una nueva tarea. El mensaje de bienvenida decía: «¡bienvenidos al pueblo El Café!», seguido de las instrucciones, que ya se habían vuelto familiares para todos.

La primera tarea era encontrar a la señora Saida Sojo, a quien debíamos hacerle una pregunta muy específica: ¿dónde podíamos colocar nuestra carpa para pasar la noche? Nos dirigimos hacia una de las esquinas del pueblo, donde ella amablemente nos indicó que cerca del pueblo había un lugar amplio donde podíamos acampar. Además, nos mencionó que la guardia del pueblo estaría haciendo rondas para asegurarse de que todo estuviera bien. Agradecidos por la información, nos despedimos amablemente de la señora, sabiendo que aún teníamos muchas actividades por completar.

La siguiente tarea era entrevistar a los habitantes del pueblo. El objetivo era hablar con al menos 10 personas sobre su vida cotidiana y su relación con los scouts, pero debido a que las conversaciones se extendieron, solo tuve tiempo de entrevistar a 3 o 4. La primera persona que entrevisté fue una señora amiga de Saida Sojo. su forma de expresarse me trajo un sentimiento de nostalgia, ya que su tono era muy similar al de mi abuela. Seguía el mismo patrón de preguntas que había utilizado en el pueblo anterior, comenzando por indagar sobre cómo era el pueblo, la gente y sus tradiciones. Ella me respondió con una sonrisa: «acá somos muy agradables». Luego, nos habló sobre los dos patrones del pueblo: San Santo Niño de Atoche y San Francisco de Asís, y comenzó a detallarnos las festividades locales que celebraban con gran entusiasmo:

4 de octubre (día de San Francisco de Asís): «una fiesta muy bonita», comentó con alegría.

25 de diciembre (Santo Niño de Atoche): su favorita, ya que comenzaba a las 6 de la mañana, cuando toda la gente del pueblo se reunía para cantarle las mañanitas al niño. Luego, se hacía una procesión por las calles, seguida de una misa a las 9 de la mañana. Después, siguió «la parranda», un evento donde los habitantes del pueblo y los de los pueblos cercanos se reunían para celebrar hasta el atardecer, regresando al niño a su capilla para cerrar el ciclo, sin volver a salir hasta el año siguiente.

esta conversación se alargó mucho más de lo esperado, y la señora nos contó historias fascinantes sobre la llegada de san francisco de asís al pueblo. Según ella, un padre de otro país llegó vestido como san Francisco, tuvo una misa y luego desapareció, dejando atrás una estatua del santo, que el pueblo adoptó y nombró como su patrón.

Conforme avanzaba la entrevista, la señora compartió más detalles sobre la historia del pueblo. Nos comentó que el pueblo fue fundado en 1894, lo que lo hacía centenario. Al escuchar esto, recordé la leyenda que me habían contado sobre Simón Bolívar, así que le pregunté si era cierto que él había dado el nombre al pueblo. Su respuesta fue afirmativa, y comenzó a narrar la historia con una voz firme:

“Sí, señor, Simón Bolívar pasó por este pueblo. Con voz firme, dijo que el verdadero nombre del pueblo era San Bernardo. Mientras montaba su caballo, acompañado del Negro Primero, pasó por un rancho donde se encontró con una señora llamada Dorotea Yamusa. Ella le ofreció un poco de café, y Simón, agotado, aceptó. Tras descansar un rato bajo una mata de café, siguió su camino hacia el pueblo que hoy conocemos como Capaya. Allí, encontraron un gran cultivo de tamarindo, pero al llegar, Bolívar se dio cuenta de que había olvidado sus espuelas. entonces, envió al Negro Primero a buscar las espuelas en el pueblo de ‘El Café’, y así, se fundó el nombre del pueblo”.

La historia, aunque cargada de elementos míticos, reflejaba la conexión profunda que el pueblo sentía con su historia y sus raíces. La conversación siguió, pero sabíamos que era momento de ir cerrándola, ya que teníamos aún muchas más entrevistas por hacer. Además, teníamos que medir la iglesia, hacer un croquis del lugar, montar el campamento y preparar la cena para el grupo.

A la segunda persona que entrevisté, le pregunté sobre las tradiciones del pueblo y, como era de esperar, me contó sobre las mismas festividades, aunque hizo un énfasis especial en la Semana Santa, especialmente en la práctica de la quema de Judas, una tradición que se mantenía viva en el pueblo. La conversación se extendió un poco, pero lo que realmente me llamó la atención fue cuando le pregunté sobre los scouts. Le pregunté si alguna vez habían visto alguna actividad scout en el pueblo, a lo que me respondió que era la primera vez que veía un grupo scout en la zona, ya que siempre los había visto en Guatire. Esa respuesta me hizo reflexionar sobre cómo los pueblos más pequeños no están tan familiarizados con nuestras actividades.

La siguiente persona que entrevisté fue un hombre mayor. Esta vez, quise ser más directo y le pregunté desde cuándo no veían exploradores en la zona. Su respuesta fue que hacía más de 30 años que no veían a un grupo scout, y me dijo con una sonrisa que le alegraba mucho vernos por allí. Esta conversación fue más breve, por lo que rápidamente le agradecí y pasó a la siguiente entrevista.

La última persona que entrevisté fue otra señora mayor, quien me compartió una historia completamente diferente. ella explicó que el nombre del pueblo, «El Café», provenía de un extenso cultivo de café en la zona, que ya no se cultivaba de la misma forma, pero en su tiempo era muy importante. Me sorprendió mucho su perspectiva, ya que no se trataba de una tradición o una leyenda, sino más bien de la historia agrícola del lugar. Aprovechando la ocasión, le pregunté si creía que un grupo scout podría funcionar en el pueblo, a lo que respondió con entusiasmo que sí, que le encantaría tenerlo allí. Comentó que había muchos niños que no hacían nada los sábados, y me mostró a una niña de unos 6 o 7 años, a quien le preguntó si le gustaría participar en un grupo scout. La niña, un poco tímida, afirmó con la cabeza, y ese gesto me llenó de esperanza.

Mientras me dirigía hacia la plaza del pueblo, no pude evitar pensar en lo interesante que era que cada persona tenía su propia versión de la fundación del pueblo. Parecía que cada uno tenía una relación especial con su historia local. Lo que me sorprendió aún más fue ver cómo todos se alegraban al saber que estábamos allí como scouts. En Caracas, a menudo nos miran como algo extraño o diferente, pero aquí en el pueblo, nos recibieron con tanto entusiasmo. Me sentí un poco cansado, ya que todavía me quedaban cosas por hacer, como medir la iglesia y hacer un croquis de la fachada. Justo frente a la iglesia, el grupo estaba descansando y compartiendo nuestras expectativas. Fui la segunda persona en contar las mías, y me di cuenta de que no me había imaginado en ningún momento que cruzaría un río o caminaría por horas. Las caminatas habían superado todas mis expectativas, y aunque me sentí agotado, estaba profundamente feliz por todo lo que habíamos vivido hasta ese momento.

Justo cuando terminaba de contar mis expectativas y experiencias sobre la aventura, iba a ser el turno de otro compañero para compartir las suyas, pero fuimos interrumpidos de manera inesperada. La señora que nos había brindado la información para acampar nos prestó las llaves de la casa cultural del pueblo. Nos dijo que no había problema si pasábamos la noche allí, lo cual nos dejó sorprendidos y aliviados al mismo tiempo. Ya no dormiríamos a la intemperie, sino bajo un techo, lo que nos daba un poco más de seguridad y comodidad, sobre todo después de un día tan intenso.

Nos montamos rápidamente los morrales, y en una caminata corta de apenas una cuadra llegamos al lugar. La señora encendió las luces del espacio, entregó las llaves a nuestro dirigente y nos indicó que debíamos desocupar antes de las 9 am al día siguiente, ya que se realizarían prácticas de religión en el lugar. Tras cerrar la puerta, nos dejamos solos.

Era el momento de relajarnos un poco. Sentados en círculo, todos compartimos nuestras anécdotas y experiencias del día. el ambiente estaba lleno de risas, pero también de reflexión. Mientras escuchaba a mis compañeros, me di cuenta de lo inesperadas que habían sido muchas de las situaciones del día. en caracas, muchas veces los scouts no son bien recibidos o incluso vistos con extrañeza, pero aquí, en cada pueblo que visitábamos, nos recibirían con una calidez y un interés genuino. Al final de nuestras conversaciones, reflexionamos sobre nuestras decisiones del día: desde la de salir del río, tomar el baño, comprar los refrescos, hasta la de acampar en ese pueblo. Cada elección había tenido un impacto en lo que sucedió a continuación.

Después de la charla, nos dirigimos al lugar donde íbamos a acampar para preparar la cena. En ese espacio, también nos acompañaban 5 o 6 militares, que nos brindaban su protección mientras cocinábamos. Aunque ya estaba agotado, el hambre me hizo sentir la necesidad de seguir adelante. Apoyé a iluminar el espacio mientras intentaban encender la fogata. Después de unos minutos, la carne estaba lista y las salsas también. Íbamos a cocinar shawarma, y ​​mientras el grupo trabajaba en ello, escuchaba las historias de Rubén y los militares. Todo parecía marchar bien, hasta que, de repente, una lluvia intensa comenzó a caer. Creemos que sería algo pasajero, pero la lluvia no pasó de inmediato. Buscamos refugio bajo un techo y, mientras esperábamos que escampar, continuamos conversando con los militares.

La conversación con ellos se desvió hacia historias de su tiempo en la academia o en la frontera, contándonos cómo era la vida en esos lugares, cómo se alimentaban y las experiencias que habían vivido. A medida que la plaga de mosquitos se hacía más insoportable, la conversación se fue tornando más interesante. Al ser yo uno de los que llevaba puesto un short, sentía las picaduras en mis piernas, pero trataba de ignorarlas para disfrutar del momento. Finalmente, la charla escaló tanto que los militares nos enseñaron cómo funcionaban sus fusiles, cómo los desarmaban y hasta los nombres cariñosos que les ponían a sus armas. Todo eso, en medio de la lluvia, parecía una experiencia más en ese viaje lleno de sorpresas.

Era el momento de regresar a la casa, pero el lugar donde íbamos a acampar estaba completamente inundado. Cuando nos tocó devolvernos, nos volvimos a mojar los zapatos, ya que el agua estaba a la altura de los tobillos y no había forma de rodearlo. El frío del agua, junto con las picadas de la plaga, hizo que solo pensara en subir y descansar. Mientras caminábamos hacia la casa, algo en mi mente nos hizo recordar que habíamos dejado los bolsos en el suelo, y comenzaron a surgir millas de escenarios. «¡No puede ser! ¿se habrán mojado los bolsos?» Nos preguntábamos, sin saber si había goteras en la casa o algo similar. Cuando llegamos y antes de abrir la puerta, vimos desde afuera que el piso estaba mojado. El nerviosismo nos invadió. Apenas entramos, lo primero que hicimos fue revisar nuestros bolsos y nuestras pertenencias. A Alejandra se le mojó la colchoneta, pero, gracias a Dios, no pasó a mayores. Al final, todo quedó bajo control, aunque en ese momento, el cansancio y la incertidumbre nos hicieron pensar que la noche podría complicarse aún más.

Sobre 5

Era momento de abrir el siguiente sobre, que nos indicaba que antes de dormir debíamos hacer una introspección profunda y, seguido, una observación estelar. Aunque la idea sonaba tranquila, la verdad es que me costó mucho concentrarme en la reflexión. Mi mente estaba aún revuelta por las experiencias del día, la caminata, las decisiones tomadas, y la incertidumbre de cómo todo podía haber salido tan diferente si alguna de esas decisiones hubiera sido otra. Me costaba encontrar un espacio de paz en mi cabeza, era como si las experiencias y emociones estuvieran compitiendo por mi atención.

Miré al cielo, intentando enfocarme en las estrellas, pero no podía dejar de pensar en los momentos que habíamos vivido, los desafíos y las pequeñas decisiones que nos trajeron hasta aquí. La reflexión fue más difícil de lo que imaginaba, mis pensamientos no se alineaban como esperaban. sin embargo, poco a poco, fui encontrando algo de calma al reconocer cómo cada decisión, por pequeña que fuera, nos había ido guiando hacia el momento presente.

Introspección:

Revisión de mi vida actual:

Mi vida actual hasta ahora es una montaña rusa de emociones, con altibajos que me han enseñado valiosas lecciones. cada paso, ya sea bueno o malo, ha dejado una huella en mí. Las decisiones que tomé me han mostrado que cada acción tiene un propósito, y que incluso las más difíciles traen consigo aprendizajes que, con el tiempo, se convierten en sabiduría. Las lecciones que he ido aprendiendo me ayudan a madurar ya apreciar los momentos importantes de la vida. Cada día es una nueva oportunidad para crecer, para seguir aprendiendo y para dar valor a lo que realmente importa.

 Metas a 5 años:

 Terminar el bachillerato

Comenzando mi carrera universitaria

Cursos realizados de mi interés

Generar una fuente de ingreso estable

Comprarme una cámara profesional

 Metas a 10 años:

Tener mi propio vehículo.

Independizarme.

Viajar tanto nacional como internacionalmente.

Conseguir un trabajo estable y satisfactorio.

Comenzar negocios que generen ingresos pasivos.

Metas a 20 años:

-Casarme.

-Formar una familia y tener hijos.

Observación estelar

Luego de sumergirme en la introspección, intenté ubicar algunas constelaciones en el cielo oscuro y despejado de pueblo El Café. Fue un desafío, ya que me costó concentrarme completamente. Sin embargo, logré identificar el Cinturón de Orión y un poco de la constelación de Tauro. En pocas palabras, vi estas constelaciones

Reflexión del escultismo

Pensar en lo que significa ser scout para mí no fue complicado, Brainer, quien también se quedó pensando en su respuesta. Nos llevó a acercarnos a la scouter Licey, y nos quedamos hablando durante más de una hora sobre qué representa ser scout para cada uno de nosotros. No era difícil pensar en ello, lo complicado era expresarlo con palabras. Además de hablar sobre nuestro presente como scouts, la conversación se alargó hacia el futuro, sobre cómo nos veíamos dentro de 5, 10 o incluso 20 años. Yo mencioné que probablemente en 5 años ya no estaría tan activo, pero seguiría cumpliendo con la ley scout todos los días, sin importar las circunstancias.

Sin embargo, no puedo dar una respuesta concreta sobre el futuro, porque el camino es incierto y, como bien aprendí durante esta caminata, las decisiones que tomamos en un momento pueden cambiar completamente el rumbo de nuestras vidas. Lo que sí tengo claro es que, a los 10 años, me gustaría volver a ponerme el uniforme para apoyar al grupo de cualquier manera, ya sea monetariamente o simplemente ayudando en las actividades sabatinas.

Lo más importante que me ha dejado claro esta reflexión y platica es que los valores que me han inculcado los scouts han sido fundamentales para convertirme en una mejor persona. Y, sin duda, esos mismos valores los transmitiré a las personas que estén cerca de mí, ya sean mis hijos, sobrinos o cualquier otra persona que esté en mi vida. Lo aprendido en esta aventura no solo me ha formado como scout, sino como ser humano, y espero seguir aplicándolo en cada aspecto de mi vida. El primer día de la aventura llegaba a su fin, y aunque la emoción de todo lo vivido aún rondaba en mi mente, me sentí pensativo y cansado al mismo tiempo.

El sobre indicaba que debía levantarme a las 6:00 am y que antes de acostarnos, teníamos que hacer una oración para nuestra protección durante la noche. La mayoría del grupo ya estaba dormido, así que, en silencio, la hice en mi cabeza, agradeciendo por todo lo que habíamos experimentado hasta ese momento. Sin embargo, entre pensamientos y más pensamientos, no estoy seguro si terminé de hacer la oración, porque me dormí rápidamente, agotado por el largo y arduo trayecto del día.

Hacia las 3 de la mañana, una fuerte lluvia comenzó a caer, tan intensa que el sonido del agua golpeando el techo me despertó. Sin embargo, el cansancio seguía siendo más fuerte, y decidió seguir durmiendo, sabiendo que el día siguiente nos deparaba más desafíos.

Sobre 6

Un nuevo día había comenzado. Se suponía que debía levantarme a las 6:00 am, pero si no fuera por Alejandra, no me hubiera levantado. A las 6:17 am, abrí el sobre número 6, que venía cargado de actividades. Lo primero que hice fue doblar mi saco de dormir y luego, para activar mi cuerpo, hice los ejercicios de BP. Me cepillé rápidamente y junto con Alejandra, nos pusimos en marcha para conseguir material para preparar el desayuno. Como la cena, el desayuno sería una actividad conjunta, pero la mayor parte del material estaba mojado, lo que me hizo pensar que encender el fuego sería complicado. Mientras varios intentaban encender la fogata, me puse a ayudar a Sabrina a picar los aliños. Íbamos a hacer arepas con perico, pero el tiempo pasaba y no lográbamos encender el fuego.

Tras perder tanto tiempo, la situación no mejoraba. No había material adecuado para encender la fogata, así que tomamos una decisión: el siguiente pueblo no estaba a más de 40 minutos caminando rápido, así que, si salíamos pronto y hacíamos las actividades rápidas, estaríamos comiendo alrededor de las 12 o 1 pm. El grupo decidió partir rápido, no tenía hambre, apoyé la idea. Algo que tenemos como tradición es dejar el lugar mejor de como lo encontramos, así que nos pusimos a limpiar la casa hasta que quedó mejor. Después de eso, salimos a entregar las llaves de la casa cultural.

Al regresar, tuvimos la oportunidad de hablar con la señora Saida Sojo y con el padre de la iglesia, quien también oficiaba las misas en Capaya, el pueblo al que nos dirigimos. Aprovechamos para hacerles algunas preguntas sobre el siguiente destino. Me tocó grabar y compartir mi experiencia durante la noche. Mientras tanto, la señora Saida estaba decorando la plaza y colocando luces para el inicio de la navidad. Los muchachos se ofrecieron a ayudar, pero yo, la verdad, me quedé conversando. La hora pasaba rápidamente, y ya eran las 9:00 am cuando las campanas de la iglesia comenzaron a sonar, con un repique que me resultó algo extraño. Sabíamos que era hora de irnos. Había que estar atentos, ya que la vía era de doble sentido, igual que el día anterior, seguimos llenando nuestras libretas de campo, pero esta vez con destino a Capaya. Tras casi una hora de caminata, aún no llegábamos. Preguntamos a una chica que nos dijo: «ya no les queda nada, pasan esta curva y llegan al puente». Antes de despedirse, nos invitó a ver su posada, llamada «Quinta Monserrat». esta fue otra de esas decisiones espontáneas que tomamos, y aceptamos encantados.

Al llegar, nos ofrecieron agua fría y mi rostro reflejaba la alegría que sentía, ya que estábamos exhaustos, y ese gesto lo vimos como un verdadero regalo del universo. Mientras los scouters recibían un recorrido, tuvimos la oportunidad de descansar junto a una piscina. Les comenté a los chicos que eso era un «reto de tentación», mientras conversábamos y reíamos. También fue el momento en que recibí señal: me comuniqué con las personas más cercanas para darles tranquilidad y asegurarles que todo iba bien. Al regresar a la conversación, volvimos a hablar sobre la paradoja del tiempo. Hemos pasado unos 40 minutos en la posada, y me preguntaba: ¿Qué había pasado si no hubiéramos aceptado la invitación? ¿Estaríamos ya terminando las actividades o quizás ya hubiéramos cocinado? Pensar en ello me hizo reflexionar más, sobre cómo una simple decisión puede cambiar el rumbo de un día. Era momento de seguir adelante, ya no quedaba mucho. Tras dos curvas más, llegamos al puente de Capaya y, finalmente, a la gran olla de sancocho que nos decía el sobre.

Esta vez la tarea era tomarnos una foto en la olla, luego investigar su historia.

Olla del sancocho más grande del mundo:

Al entrar al pueblo de Capaya, lo primero que vas a notar es la famosa olla del sancocho más grande del mundo, un símbolo orgulloso para los habitantes del lugar. Aunque no es un récord oficial, muchos de los locales nos contaron que en 2003 lograron preparar un sancocho de casi 14.000 litros, un evento que marcó la historia del pueblo. Este hito, que se registró el 13 de noviembre de ese año, atrajo a millas de personas de todo el Estado Miranda y más allá, quienes se acercaron a disfrutar de la sopa, incluso días después de que el evento había terminado. Fue promovido por medios de comunicación como Venevisión, lo que le dio una gran visibilidad. Aunque las personas que nos narraron la historia no registraron todos los detalles, su orgullo al hablar de este logro era evidente, especialmente al recordar cómo la comunidad se unió para hacer posible algo tan grandioso.

Luego de tomar la foto teníamos que medir la anchura altura y largo del puente de Capaya.

Medidas del puente de Capaya:

-Altura :7.16m aproximadamente

-Anchura: 6,55m aproximadamente

-Largo: 43,61 metros aproximadamente.

Después de hacer los cálculos, continuamos hacia la Plaza Bolívar del pueblo, donde nos encontramos con la imponente iglesia que dominaba el paisaje. La tarea era clara: conocer su historia, su nombre y hacer un boceto de ella. aunque el cansancio y el hambre se notaban en nuestras caras, la misión no se detenía. Aún había mucho por descubrir y no podíamos rendirnos.

Al indagar con los habitantes del pueblo y con lo que ya nos había contado el padre, supe que la iglesia fue construida en 1742 por un encomendero español, devoto de la Virgen de la Hiniesta, una advocación mariana originaria de España. Bajo su patrocinio, se erigió la iglesia en honor a esta virgen. Sin embargo, con el paso del tiempo, el nombre original de «Virgen hiniesta» se transformó en «Nuestra Señora de hiniesta», probablemente por la forma en que la gente del pueblo lo pronunciaba. Este pequeño detalle me dejó con una gran duda: ¿era este el verdadero nombre o simplemente una variación local que se había quedado con el tiempo?

Durante la conversación, un profesor local nos relató otras historias del pueblo, entre ellas, que muchos creían que Simón Bolívar había nacido en Capaya, un mito que se había ido consolidando a lo largo de los años. Aunque no pude verificar si era cierto, la historia del pueblo parecía estar envuelta en un aura de misterio, llena de leyendas que se entrelazaban con los hechos, pero que rara vez eran confirmadas por registros oficiales.

Me di cuenta de que Capaya era un lugar lleno de historia, pero también de vacíos, ya que pocos cronistas se habían encargado de documentar sus relaciones de forma formal. Las historias se vivían, se compartían en voz baja, pero sin una base sólida que las respaldara. Sin embargo, ese mismo aire de incertidumbre sobre los detalles históricos no hacía más que enriquecer el lugar. en cada rincón del pueblo había un eco de lo que alguna vez fue, y aunque los detalles eran inciertos, lo que no faltaba era el orgullo de su gente por lo que representaba Capaya en la historia regional.

En ese momento, entendí que la historia de Capaya no se encontraba únicamente en los libros o en los registros oficiales, sino en las voces y tradiciones de su gente, que, aunque no siempre precisas, guardaban la esencia de lo vivido en cada generación.

Después de la charla lo último que teníamos que hacer era buscar la casa de “AD”, (acción democrática) como ya antes comentado la mayoría de las personas del pueblo sabia y fue un poco difícil encontrarla, pero el mismo profesor nos llevo a las casas con más tiempo del pueblo, con ayuda de Rubén pudimos encontrarla la tarea era fácil era solo tomar una foto para agregarla al informe.

Con esa última actividad concluida, nos dirigimos al río de Capaya en busca de un lugar adecuado para preparar nuestros almuerzos y, por supuesto, para disfrutar de un refrescante baño. Ya pasaban de las 12 pm, y la urgencia de apurarnos para el almuerzo se hacía más evidente, el grupo no solo se dedicó a hacer arepas con huevo, sino que también aprovechó lo que quedaba del almuerzo y otros ingredientes que habíamos traído. Cada quien tomó su porción, lo que hizo que el momento fuera aún más familiar.

Mientras las arepas se cocinaban, nos dimos un merecido descanso. El ambiente estaba relajado, pero no tardó en tomar un giro divertido: las risas comenzaron a sonar en el aire, y pronto nos vimos a todos involucrados en un curioso juego de conjugar verbos, y eso fue lo que nos hizo reír durante largo rato.  Ver a los muchachos metidos en algo tan absurdo como decir “rosado, lacio tafetang” hizo que el cansancio del día desapareciera por un momento. Pero más allá de las bromas y risas, ese ratito de descanso fue también una oportunidad para desconectar, reflexionar un poco sobre lo vivido hasta ese momento y recargar energías para lo que nos esperaba. En un par de minutos, ya estaríamos en el río, sintiendo el agua fresca como una verdadera recompensa después de un día de caminata.

Sobre 7

Ya habíamos disfrutado del baño en el río, y aunque la jornada había sido intensa, sabíamos que aún quedaban algunos detalles por resolver. Antes de marcharnos, teníamos que revisar lo que decía el último sobre. Nos felicitaba por haber llegado hasta allí y nos recordaba que debíamos completar la bitácora de viaje, entregar la libreta de campo y el trazado en el mapa. Después, nos indicaba que regresaríamos al puente de Capaya, donde tomaríamos las camionetas que nos llevarían al terminal de Caucagua, y desde ahí, a Caracas.

Parecía todo sencillo, pero con el reloj marcando las 3:50 y sin haber logrado tomar el primer autobús al terminal, el nerviosismo comenzó a surgir. ¿Habíamos hecho bien al quedarnos tanto tiempo en el río? ¿Podríamos llegar a tiempo? La incertidumbre se instaló en el grupo. Sin embargo, a los pocos minutos, una camioneta pasó rumbo a la terminal, y al ver esa oportunidad, la sensación de alivio fue inmediata. pero aún quedaba una duda: ¿habría transporte directo a caracas? Si no era así, tendríamos que ir a Guatire, luego a Petare, lo que implicaría más tiempo, dinero y, sobre todo, incertidumbre. Finalmente, llegamos al terminal a las 5:20, justo a tiempo para escuchar el grito que nos dio tranquilidad: «¡Caracas saliendo!» La emoción fue enorme, casi indescriptible.

Habíamos superado la incertidumbre, y como decía el último sobre, era el momento de celebrar. Aunque el cansancio seguía presente, el hambre volvió a hacer su aparición, y la mejor forma de cerrar ese ciclo era con unos buenos perros calientes. Al llegar a Caracas, nos tomamos la última foto de la aventura. El cansancio ya no era tan agobiante gracias al descanso en el camino, y la idea de compartir una comida en grupo, nacida del hambre y las risas, nos unió aún más. De hecho, comenzó como una ocurrencia entre Brainer y yo, pero rápidamente los demás se unieron hasta que los 8 caminantes estuvimos juntos, disfrutando de unos deliciosos perros calientes, con el sabor de la victoria de haber culminado una experiencia única.

 

Reflexión

Al mirar atrás y pensar en todo lo que viví durante esta aventura, me doy cuenta de que no solo se trató de caminar kilómetros o visitar pueblos nuevos. Fue una experiencia que me enseñó la importancia de las decisiones, de la resiliencia y de lo que significa ser parte de un grupo. Cada paso que di, cada historia que escuché, y cada conversación que tuve me dejó una lección. Este viaje no solo me permitió conocer más sobre el mundo que me rodea, sino también sobre mí mismo.

Las expectativas que tenía antes de partir cambiaron a medida que me sumergía en cada momento, y aunque no todo fue fácil, cada desafío superado me hizo más fuerte. Como los Scouts, aprenderé a no rendirme, a ser perseverante ya siempre dar lo mejor de mí, sin importar las circunstancias.

Al final, no se trató de llegar a un destino, sino de disfrutar el viaje y aprender a vivir en el presente. Y con ese pensamiento en mente, me siento agradecido por esta oportunidad. Quiero seguir llevando estas experiencias y valores conmigo y, quién sabe, tal vez en unos años, este mismo grupo se reúne de nuevo para seguir caminando juntos hacia nuevas aventuras.

Llegada a Caracas                           Atravesando el Río

Autor: DEREK COLLINS (Guía de patrulla Horus – Grupo Scouts Aldebarán)